sábado, 3 de julio de 2010

El origen del agua

Cerré la puerta y me tiré a la cama, era necesario vaciar todo lo que había en mí, comencé con la agudeza de la rabia, luego vino la pena con su debilidad y profundidad...para seguir con la impotencia de no poder hacer nada. Era un acto mecánico, todo fluía y ya no había control de lo que estaba saliendo.
Me dispuse a buscar la bolsita de pañuelos que me habían regalado, que dejé tirada en un rincón con la secreta esperanza de no tener que usar nunca, a no ser que fuera un simple resfrío. De pronto mis pies entran en contacto con el suelo y desde allí me salpicó una gota, los barquitos en los ojos me nublaban la vista, traté de limpiarme con las siempre perjudicadas mangas para esclarecer lo que estaba sucediendo, bajé la mirada y no podía dar crédito a lo que veía... mis pies estaban inundados hasta las canillas...
Naufragué en busca de los pañuelos para volver a mi cama, pensando que era sólo producto de mi imaginación, pero las lágrimas comenzaron a aventurarse cada vez más rápidas por el resfalín de las mejillas, hasta que de un momento a otro, mis ojos comenzaron a llover, fue inútil tratar de detenerlos, la angustia de lo que ocurría sólo aumentaba su volumen, lo que era mi cama, ya era mi bote salvavidas.
Traté de abrir la ventana, pero era como si la hubieran sellado con algún pegamento especial, luego poco a poco comenzaron a difuminarse sus marcos, alisando su vidrio hasta homogeneizarlo con la pared, dejando una gran superficie transparente.
El colchón comenzó a elevarse, pensé que levitaba, pero me di cuenta que estaba flotando, atrás había quedado la marqueza de madera y todo lo que no competía con la densidad del agua, pero no cualquiera, ésta... era salina.
Dí un par de braceadas y llegué hasta la puerta, inspiré lo suficiente como para guardar aire en mis pulmones y así sumergirme en la búsqueda del pestillo, también estaba preparada para que cuando esa puerta se abriera, saliera todo lo que permanecía adentro. Forcejeé con el pestillo, pero fue inútil, me aferré a la manilla en el esperanzado intento de poder abrir esa puerta, en ese momento se estaban debatiendo mi angustia, mi culpa y mis ganas de vivir, mientras la presión en mis pulmones ya no daba más. Subí a la superficie en búsqueda de oxígeno e intenté de nuevo la lucha, pero era en vano. Volví a subir con la sed de aire que me había causado el forcejeo, la rabia había llegado otra vez, golpeaba mis ojos para que dejaran de llover, pero todo seguía siendo en vano, la pena una vez más se asomaba con su característica vergüenza, aunque una vez instalada, no había quien la detuviera. Para detenerla, se manifestaba la impotencia, golpeando con las palmas abiertas el agua que estaba a pocos centímetros del techo, esos golpes formaban un sutil oleaje... en ese vaivén, comenzó a aparecer la resignación, traía consigo una sensación de paz, de dejarse llevar, el fin era inminente. Comencé a recordar mi niñez, cuando asistía a los cursos de natación, jugué a buscar el tesoro, suena irónico, en el último momento buscando un tesoro en tu lugar favorito, había tanto donde elegir, sin embargo, mi tesoro más grande se quedaba afuera y sólo en ese minuto, pude descubrir que ése tesoro, era mi familia...
Subí sabiendo que iba a ser la última vez, guardé todo el aire que fuera posible, para tener más tiempo de ver la vida pasando por delante, sentí como cada burbuja salía por mi nariz, llevándose un pedacito de carga, hasta que sentí que era la última... cerré los ojos y comencé a rezar. Un dolor fuerte y agudo se agolpó en mi nariz, abrí la boca en un alarido, tragué con ese gusto que tantas veces había probado, como cuando las lágrimas se aventuran en las comisuras de los labios, pero ya era tarde para pensar en sabores, sentí como todo se fue a negro, no ví ni el tunel ni la luz, sólo ese negro brillante que aparece cuando cierras muy fuerte los ojos, eso sería, pensé...hasta que un instinto me hizo abrir los ojos, recobrar la vista y darme cuenta que seguía siendo yo, nadé hasta mi cama, me acosté y me tapé, acto reflejo, pues no sentía el más mínimo frío, no sentía nada. Abrí las cortinas y comencé a apreciar como todo, absolutamente todo, ahora, se hacía y se movía más lento, desde la curiosa perspectiva de mi casa de agua.